El indio de Crisanto y la primera censura al arte

El indio de Crisanto y la primera censura al arte

Pruritos de otra época, ideales y referentes otros, por esta Resistencia de polvaredales.

 

La estatua del indio de Crisanto Domínguez encargada por el presidente del Concejo Municipal, doctor Marcelino Castelán a finales de los años ’30 “para rendir homenaje a los verdaderos dueños de la tierra”, estaba ubicada en la actual avenida 9 de Julio, metros antes de llegar a la avenida Italia.

Alzada sobre un pedestal de ladrillo de 2 metros de altura, El Indio (que sumaba otros tres metros) se levantaba robusto, con su lanza en mano, mirada torva, género humano terror del blanco; tenía, además, unos genitales de gran tamaño que no cubrían ningún taparrabos. Proporciones que pudieron ser espejo del modelo o fuga del inconsciente del artista; lo cierto es que causó resquemor en una sociedad que no podríamos calificarla de timorata si nos enmarcamos en una época donde liberalidades y quiebre de tabúes sólo se deslizaban en las vanguardias de las grandes urbes.

El indio de Crisanto y la primera censura al arte. 1

Las menudencias del Indio de Crisanto no podían pasar desapercibidas sin causar rubor y molestia.

Primero fue el corte de los genitales, una amputación que marcaba a las claras el imperio de la censura.

Fue el paso previo -que no pudo frenar el desagravio de marcha con antorchas organizado por la Peña de los Bagres, esa minúscula sociedad de avanzada que cristalizaría luego como Ateneo del Chaco- para erradicar la escultura de su alto pedestal, llevándose al Indio derrotado -como lo fue en la realidad- “cerca del monolito recordatorio de la llegada de los inmigrantes italianos” según testimonia en 1938 el diario El Territorio.

El indio de Crisanto y la primera censura al arte.

El lugar lindaba con una toldería toba, donde la estatua del indio luciría entre sus pares.

Allí quedó y después los datos se pierden en la memoria del tiempo. Parece ser que el destino queriendo hacer una jugarreta al futuro enterró al indio en uno de los grandes pozos utilizados para basural. Y después, sólo datos dispersos como el que apunta el decano periodista Víctor García del Val, de aquel correntino de apellido Dávalos que limpiaba a guadaña el parque y sabedor de cierta zona que, curiosamente, nunca crecía el pasto “porque allí estaba enterrado el Indio”.

Grandes cambios se produjeron en la zona: construcciones, pavimentos, terraplenes de defensa; las señales para poder ubicar el lugar del enterramiento una a una fueron desapareciendo.

Pero sépase, aventureros, arqueólogos y amigos de las palas: en algún lugar del parque, en eterna oscuridad, yace el colosal indio de Crisanto.

 

Por Marcelo Nieto

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