En primer lugar, debemos dejar patente que este término tiene su origen en el latín, podemos afirmar que es fruto de la suma de tres componentes claramente delimitados:
-El prefijo “ad-“, que puede traducirse como “hacia”.
-El sustantivo “ínsula”, que es sinónimo de “isla”.
-El sufijo “-miento”, que es equivalente a “acción y efecto”.
Reforzando así a la idea Inicial del cuestionamiento respecto a una falta de libertad, no lejana, ni mucho menos errónea para pensar en los aislamientos sociales establecidos en guerras, campos de concentración, hospitales, cárceles, etc. Donde además de ser aislados, eran víctimas de la sociedad que los aislaba y cohesionaba.
Ahora, dada la situación sanitaria y social que estamos atravesando, me gustaría volver al enigma del título; con este aislamiento que nos compete ¿podríamos pensar estrictamente en una FALTA de libertad? ¿o bien un EXCESO de la misma? ¿hablaríamos de IGUALES consecuencias?
Desafortunadamente, las respuestas no las van a encontrar a lo largo del artículo, porque mi intención es invitarlos a reflexionar, aunque no siempre sea del todo agradable.
Tenemos en la actualidad en nuestra sociedad toda una sobrevaloración de los aspectos narcisistas; tales como: ser el primero, ser un campeón, ser el mejor ejecutivo, el tiempo es oro y hay que valorar la acción para ser lo más grande, etc. De igual forma, la expresión de afecto esta desvalorizada, es sinónimo de Debilidad (produce así el mecanismo de aislamiento): ante la pena se escucha “hay que ser fuertes, no llores”, “que elegancia, no dejo caer una lagrima”, las reuniones son más para la acción que para la comunicación. Con todo ello, vemos como el aislamiento aumentaría desde la propia cultura.
Hay un incentivo muy grande por el perfeccionamiento y la competencia en los trabajos, estudios; la preocupación feroz por cumplir los objetivos en un tiempo límite. Una exigencia que nos atraviesa con la necesidad de controlar las situaciones, generando así, la incapacidad de disfrutar el momento.
Entonces, volviendo a los interrogantes, ahora que abunda el tiempo en casa, ahora que nos levantamos y no hay apuro para cambiarnos, no hay apuro para desayunar, no hay ninguna actividad presionándonos detrás, ahora que tenemos la libertad de elegir qué hacer con nuestro tiempo ¿cómo manejamos tanto ocio?
Mi intención es justamente que reflexionemos acerca de la dificultad que tenemos de lidiar con nosotros mismos, de correr día a día para no pensar, para no pensarnos, no tolerarnos, y no me refiero a tolerar al otro, sino a uno mismo. Dar cuenta de cuan sujetados estamos a nuestras actividades, y sin ellas no queda nada por ser. Existe un miedo atroz al aburrimiento y lo combatimos con lo epidérmico, lo efímero. Convertimos la existencia en un zapping vital, vivir entretenidos para no padecer la angustia de la soledad existencial.
Genera cierta gracia pensar que el quedarnos tanto en nuestro hogar, pueda doler, pueda costar. ¿Qué puedo hacer ahora con tanto tiempo libre? ¿Cómo lidiar con tanta libertad?
No tengo las respuestas, cada uno buscara la suya. Pero si podría darme el lujo de afirmar que después de esta, como de cada crisis, tanto en lo personal como social, van a manifestarse cambios.
NO vamos a dejar de correr detrás del reloj para estar siempre a tiempo, NO vamos a dejar de preocuparnos, de competir, esforzarnos, exigirnos, porque es algo que nos atraviesa y también nos da vida. Pero ojalá podamos aprender a lidiar un poco más con nosotros mismos, no está mal aburrirse un poco, no está mal demorar, que ni el mejor corredor del mundo lo hace sin parar, frenemos… apreciemos hasta donde llegamos y valoremos todo lo que ya corrimos, aunque quede mucho por delante.
No soy escritora, pero disfruto de hacerlo, y espero haber movilizado más preguntas que respuestas.
Por Julieta Jiménez, estudiante de 4° año de la Licenciatura en Psicología.
