Un tal Juan de Dios

Un tal Juan de Dios

Se llamaba Juan de Dios. Nació en un pueblo llamado Puerto Gaboto, donde vivió una infancia que el poeta rememora como el paraíso: “era un rancho de barro, con el techo de paja, de tijeras muy rústicas y de cumbrera baja. Había un algarrobo que al patio daba sombra y que endulza la lengua cada vez que se nombra”. Escribía así, porque Mena fue un alto poeta y editó un librode culto, “virolas y otras chafalonías”.

 

“Mozo chacotón y alegre”, se alejó del terruño rumbo a Rosario, después a Buenos Aires, hizo nido en el campo del norte santafesino, luego partió a Colonia Baranda y finalmente recaló en Resistencia, donde sentó reales.

La leyenda cuenta que tenía un facón con mango de plata que lo acompañó en su nomadismo y que, en las horas aciagas, agarraba un pedazo de madera y comenzaba a tallar. Del todo autodidacta, del todo artista.

También se cuenta que en 1932, viviendo en el campo, un arriero le regaló un palo de guayaibí “para que se hiciera un bastón criollo”. Mena empezó a trabajar con un cortaplumas la punta gruesa del palo y le salió la cabeza de un paisano. Y así comenzó todo…

Un tal Juan de Dios. 2

Acá vivió entre las décadas del ’30 y el ’50. Una fotografía retrato lo muestra moreno, de rasgos criollos, pelo tupido y barba. Comprometido con la cultura resistenciana se lo ve entre los templarios de la Peña de los Bagres, en el Ateneo del Chaco y “capataz” del Fogón de los Arrieros.

Con otro comprovinciano, Aldo Boglietti, forjó a fuego una amistad y quedóse a vivir en el Fogón de los Arrieros, en Brown 188, esa casa de puertas abiertas dedicada a la amistad, el humor, el arte y el intelecto.

Ahí tallaba Juan de Dios Mena sus tapes de curupí. Es más, el nombre “Fogón de los arrieros” fue propuesto por Mena. “Desensille, haga noche pero no se aquerencie”, era otra de las frases acuñadas por él. Que resultó paradójica, según puntualiza Hilda Torres Varela, ya que Juan de Dios se aquerenció –literalmente- en el Fogón.

En versos de soneto dice Julio Acosta: “Peón vitalicio te ha nombrado Mena / apto para el buen uso del letargo / que sobreviene a una abundante cena. / Te dejas explotar en la faena. / Esa broma de peón va para largo. / Trabajas solo y manda, sin embargo, / un capataz de barba y de melena…”.

Aldo lo designó “capataz” de esa casa sin llaves, reservándose el cargo de “peón”. De ese primer fogón evocaba Luis Landriscina nuestro invitado de tapa en un número anterior: “Una casa antigua. En la puerta había una escultura, un gran taco de madera que era una gran cara; la tenía con una cadena pa´ que alguien no venga y se la lleve, pero estaba afuera pa´ que se sepa que allí podían venir en cualquier momento los artistas, porque ése era el criterio con que se había creado el Fogón”.

Un tal Juan de Dios. 3

Y también vale la pena compartir la estampa que hizo Landriscina de nuestro personaje: “Frente a la casa de mis padrinos vivía don Juan de Dios Mena, que era muy cariñoso conmigo, me quería mucho, era el único hombre con barba al que no le tenía miedo. Con mucha ternura me solía tener en sus rodillas mientras tallaba el curupí, madera blanda que le dio vuelo a toda su imaginación, porque era un santero, hacía imágenes, pero tenía el vuelo del tallador”.

A principios de los años ’50 Juan de Dios fue a vivir a Misiones y trabajó junto con Lucas Braulio Areco, René Brusau y Víctor Marchese en la creación del Palacio del Mate de Posadas, inaugurado el 18 de octubre de 1952 y hoy referencia cultural ineludible de la capital misionera. Una sala lleva su nombre.

¿Sobre las tallas de Juan de Dios? El drama y el humor en esas piezas cándidas pero profundas, profundamente psicológicas. Es que Mena auscultaba los tipos humanos telúricos con aguzada vista. Inmortaliza al gaucho, el indio, el campesino, al habitante de los pueblos del interior chaqueño. No se vaya a creer que la suya es una obra grotesca; más bien dolorosa y redimida en su fresca ingenuidad. Es verdad que consigue del espectador una sonrisa al observar los caracteres de antaño: indios, criollos y gauchos, definidas con tanto don. Y las más de las veces, tras el impacto risueño, se tornan conmovedoras.

Párrafo aparte merecen sus Cristos que empieza a tallar hacia el final de su vida: el Cristo gaucho calzado y con melena. Decía representar “al Cristo hombre, al que todos llevamos adentro”.

“El tema sacro se vuelve más trascendental aún en ese modo de decir en alta voz todo el dolor del hombre demasiado sencillo, del hijo de campo y de la selva, sacrificado siempre, víctima propiciatoria de todas las injusticias”, según expresa Lucas Braulio Areco.

En 1954, murió Juan de Dios Mena. Dejó una abundante producción escultórica -dicen que cercana a las 500 tallas de madera- y un grupo de ellas tiene su altar en el Fogón de los Arrieros. Un Cristo de Mena integra la colección privada de arte de Picasso. La sala Juan de Dios Mena del Museo del Mate exhibe sus tapes. Una de sus tallas es parte de la colección del Museo L’Hermitage de Leningrado y no son pocas las familias resistencianas que poseen su obra, con el tiempo consagrada.

 

Por Marcelo Nieto

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